Inauguro con esta entrada mi bitácora en Internet. Continúo así la línea ya iniciada con mi participación en twitter, en varias asociaciones empresariales y en movimientos ciudadanos con un mismo hilo conductor: el convencimiento de que un nuevo modelo energético es posible.
Para pasar de la posibilidad a la realidad es crucial que la Sociedad exija el cambio, para lo cual debe estar previamente convencida de sus innumerables ventajas respecto del modelo energético actual.
Vivimos un momento clave para la energía, dado que algunas de las tecnologías renovables, singularmente la eólica y la fotovoltaica, están alcanzando la competitividad con las energías convencionales a pesar de que éstas siguen sin internalizar en sus precios infinidad de impactos sociales y medioambientales.
Esta convergencia en precios se ha producido por dos motivos: la espectacular reducción de costes de las tecnologías renovables y el progresivo encarecimiento de las fuentes convencionales. Nos va a llevar, sin duda, a una tercera revolución industrial que tendrá un fuerte impacto en nuestra forma de vivir.
Desafortunadamente, esta revolución no va a ser todo lo rápida que debiera, debido principalmente a los poderosos intereses económicos que hay detrás de las fuentes de energía convencionales y que llevan años destinando ingentes recursos para contaminar a la opinión pública con un único argumento que se les está viniendo abajo: que las renovables son caras.
El caso del autoconsumo fotovoltaico en España es muy significativo: En estos momentos es más barato producir energía con paneles fotovoltaicos en el tejado de los edificios que comprarla a la compañía eléctrica; pero numerosas trabas administrativas están ralentizando su desarrollo.
Ciertamente, la variabilidad en el nivel de la radiación solar exige una regulación que permita a este tipo de instalaciones exportar energía a la red en los momentos en los que la generación es mayor que el consumo para posteriormente recuperarla cuando la situación se invierte.
Esto es, se necesita que la red actúe de «colchón» como alternativa a la instalación de baterías, que, hoy por hoy, teniendo en cuenta que los excedentes instantáneos son consumidos a pocos metros del lugar de producción, resultan más caras e ineficientes.
La regulación de este sistema de colchón, denominada «balance neto» -traducción del inglés «net metering»- viene aplicándose con éxito desde hace años en varios países del mundo; pero llevamos más de un año esperando infructuosamente a que el Gobierno la apruebe en España.
Lo más grave del asunto es que en España, a diferencia de lo que ocurre en otros países, el sector empresarial fotovoltaico no pide ningún tipo de ayuda o subvención para el balance neto y, por consiguiente, acepta pagar el coste correspondiente a la utilización de la red eléctrica como colchón para el intercambio de energía.
Las grandes compañías eléctricas, sin embargo, no se conforman con la imputación de este coste y pugnan para que el «abonado» eléctrico siga pagando prácticamente el mismo recibo de la luz que tenía antes de la instalación de sus paneles, lo que se hace, a todas luces, insostenible.
Se trata, en resumen, de un mecanismo que está en condiciones de crear miles de puestos de trabajo cualificados, importante incremento de actividad económica, ahorros relevantes en las facturas de suministro de los consumidores, además de evitar importaciones de combustibles fósiles e impactos medioambientales; pero que choca de frente con el negocio tradicional de grandes compañías.
Es por tanto una guerra contra un modelo energético obsoleto de la que este canal pretende ser una de sus trincheras, tratando de mantener, eso sí, un hilo argumental técnica y económicamente fundamentado.
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